Por estos días, las manifestaciones ciudadanas en la capital de Francia han sumado un nuevo e inesperado aliado, uno caído de los cielos: las gaviotas, que como cada verano sobrevuelan en masa los cielos de la Ciudad Luz. En pleno período de celo, la agitación de las hormonas de los plumíferos, sumado a la ola de calores que asola al Viejo Continente, han terminado por reducir la paciencia de las aves al mínimo. En materia de compartir espacio aéreo con esos horribles y ruidosos aparatejos, los drones, se pasó ahora simplemente a “tolerancia cero” (es decir, en rigor, se les paga con la misma moneda.) El asunto, a estas alturas, se transformó en un verdadero dolor de cabeza para la Policía de París. Periodistas de “Le Parisien”, alertados por el rumor de una baja importante en las maquinitas voladoras, empleadas para espiar los movimientos de los manifestantes, solicitaron a la Prefectura detalles de los supuestos ataques. Sin éxito.
El endurecimiento de las políticas de vuelo por parte de las aves ha obligado a las fuerzas represoras al repliegue: durante las últimas jornadas de los Chalecos Amarillos, la policía ha decidido dejar en tierra, o bien, aplicar aterrizaje forzoso, a las decenas de aparatos de televigilancia.
Pero los uniformados tampoco dan la batalla por perdida. Ya idean sumarle altoparlantes a las máquinas, de manera de ahuyentar las arremetidas de las gaviotas mediante la emisión de los gritos de sus depredadores.