La vigencia de Julian Huxley, padre de la UNESCO y del transhumanismo

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Por Pablo Salinas

Se cumplen 18 meses desde que el planeta completo entró en modo pandemia. El mundo ultra-tecnologizado de la tercera década de este siglo XXI parece obligado a detener, o al menos disminuir drásticamente, su ritmo de carrera. La historia se nos pinta como una sorpresiva lección que la naturaleza nos da, por nuestro comportamiento torpe, irreflexivo, irresponsable -un virus que da unos saltos inverosímiles en la escala biológica para ponérsenos por delante y obligarnos a poner una rodilla contra el suelo-. El terreno, por lo demás, estaba ya de sobra abonado. Prácticamente cada segundo de este bendito siglo se ha visto dominado por voces de abierto totalitarismo ambientalista. De Al Gore y su doctrina del descalabro inminente, a la chica Thunberg, versión con ojeras, trenzas y en miniatura, pero todavía más feroz en su veneno. Entonces, al 2019, cual más cual menos tenía relativamente fijado en la epidermis que nuestro manejo planetario llevaba acumulado un desajuste de marca mayor. Antes de que la olla explote, quizá no viene nada mal un factor que nos obligue a aflojar un rato la suela del pedal de aceleración.

Adoctrinamiento puro y duro: en el mundo “Al Gore”, los gases de efecto invernadero son verdaderos gángsters que impiden el normal flujo de la energía solar. Se omite por completo mencionar que sin la presencia natural de estos gases, la temperatura en la Tierra sería tan baja que la vida humana sería imposible.

Conviene, hoy más que nunca, revisar las manos que han intervenido en el armado de ese discurso, el verdaderamente hegemónico, el del desastre, o, digamos, la teoría de la línea de colisión inminente. La idea es distinguir con claridad los criterios que han operado y llevan operando largas décadas en la formulación ideológica de las principales instituciones que fijan las políticas planetarias. O dicho de otro modo, distinguir las raíces de la matriz ideológica dominante, del mainstream. Y en este sentido, una figura muy útil es Julian Huxley. Porque si uno pone muy cerca “ambientalismo” de “eugenesia”, y la conexión parece evidente, es obvio, se deben exponer pruebas, y Huxley nos las brinda sin mayor esfuerzo.

Greta y su discurso del terror, plato fuerte del Foro Económico Mundial y favorita de Klaus Schwab

El linaje de Huxley queda abiertamente marcado por su abuelo paterno Thomas, biólogo sin demasiados méritos pero que la historia lo ha premiado por haber sido uno de los primeros incondicionales dentro de la comunidad científica inglesa en apoyar las teorías evolucionistas de Darwin -se le llamó, de hecho, con cariño, el “bulldog” de este-. Su descendencia estuvo repleta de intelectuales, de distintas tallas; y entre sus nietos, se condensó quizá lo más selecto: Andrew, Nobel de biología, Aldous, célebre autor de “Un mundo feliz”, y él. Estudió, como todos los suyos, en Oxford, y en su calidad de zoólogo aportó en el robustecimiento de los planteamientos darwinistas. Pero la faceta más importante de su larga carrera fue sin duda la que tiene que ver con su desempeño dentro del ámbito político-institucional. Estuvo ligado a distintas organizaciones académicas de la órbita de las ciencias naturales, y ya en la década de 1940 entró de lleno en tareas de mayor peso a nivel gubernamental. De esta manera, dada su abierta vocación internacionalista, fue uno de los principales ideólogos tras la creación de la UNESCO, apéndice de las Naciones Unidas encargado de articular las estrategias planetarias desde el terreno de la educación y la cultura, transformándose, consecuentemente, en su primer director general.

Julian junto a su hermano Aldous, posando para la revista Life

Hasta acá, se nos presenta la imagen de un intelectual de rica formación académica que, tras el trastorno mayúsculo que significó la Segunda Guerra Mundial, se compromete en el armado de un proyecto a gran escala que busque asistir a las naciones del globo desde lo más encumbrado de la civilización humana. Pero, como decía, en Huxley el verdadero norte de la orientación ideológica no se esconde. Así como se mantuvo casi toda su vida vinculado a asociaciones de estudio y resguardo de la vida natural y animal, y terminó poniéndose a la cabeza de esfuerzos de corte filantrópico, el inglés también se mantuvo siempre fiel a grupos que, a primeras, no resultan para nada tan biensonantes. Como la Sociedad Británica de Eugenesia. Huxley, tanto o más que un zoólogo o un naturalista, fue un eugenista convencido. Y en su caso, dado su refinado perfil intelectual, no se trató de una mera afición mal asimilada. Muy por el contrario. Abrazó la eugenesia como la vía más sólida e idónea en pos de un porvenir de real desarrollo para la raza humana. Pero, en el caso de Huxley, tampoco es del todo correcto presentar las cosas en esos términos. El sueño de la eugenesia es mejorar la estirpe por medio de la selección, natural o manipulada, de los patrones hereditarios. Separar los granos de mayor calidad de los más débiles, de manera de evitar que la descendencia entre en una dinámica decadente, involutiva. Bien. La cuestión es que, para ellos, todos los métodos al alcance son válidos. Como, en particular, el aporte de la tecnología y la robótica, es decir, el transhumanismo. Y Huxley, cerebro tras de la UNESCO, fue, de hecho, el creador del concepto.

Su libro “UNESCO: su objetivo y su filosofía” nos entrega líneas bastante reveladoras:

“La moral de la UNESCO es clara. Su tarea de promover la paz y la seguridad nunca podrá cumplirse plenamente con los medios que se le asignan: la educación, la ciencia y la cultura. Debe considerar alguna forma de unidad política global, ya sea a través de un gobierno mundial o de otra manera, como la única forma segura de evitar la guerra. En su programa educativo puede enfatizar la necesidad última de unidad política global y familiarizar a todos los pueblos con las implicaciones de transferir la soberanía total de naciones separadas a una organización global.”

“Por ahora, es probable que el efecto indirecto de la civilización sea disgénico [que en la dinámica hereditaria primen aspectos negativos sobre la descendencia] en lugar de eugenésico, y en cualquier caso parece probable que el peso muerto de la estupidez genética, la debilidad física, la inestabilidad mental y la propensión a enfermedades, que ya existe en la especie humana , resultará ser una carga demasiado pesada para que se logre un progreso real. Entonces, si bien es bastante cierto que cualquier política radical de eugenesia será durante muchos años política y psicológicamente imposible, sería importante que la UNESCO se asegurara de que el problema de la eugenesia se examinara con el mayor cuidado y de que la opinión pública esté informada de los problemas en juego, para que lo impensable hoy al menos pueda volverse pensable mañana.”

Dentro de la elite dirigencial actual, los criterios de Huxley se mantienen intactos. Dentro de la estrategia global puesta en marcha, a la escalada de ambientalismo catastrofista dominante durante las últimas dos décadas, la irrupción del factor pandémico se le suma como complemento indispensable. Antes de terminar, se me hace inevitable un comentario para los más románticos: la eugenesia está lejos de ser afición de Huxley y un grupo más bien reducido de sujetos con mucho poder pero al borde de la excentridad mental. Hace 70 u 80 años atrás, el tópico podía ser abordado con más holgura que ahora, y políticos como Theodore Roosevelt o Churchill, apoyaron abiertamente planes de esterilización de “disminuidos psíquicos”. Pero también varios otros intelectuales de prestigio abrazaron la idea de una intervención más o menos urgente en el flujo demográfico para evitar el colapso. Como por ejemplo Nikola Tesla, quien fue hasta sus últimos días un eugenista radical, de tomo y lomo. No por nada la multinacional tecnológica del globalista Elon Musk lleva su nombre.

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