Por Pablo Salinas
En enero de 1976, pleno invierno en el hemisferio norte, varios soldados de un regimiento de New Jersey, EEUU, enferman de gripe. Al mes siguiente, uno muere y, tras análisis, se llega a la conclusión que ha sucumbido ante un nuevo tipo de virus. Se envían muestras al CDC y este determina que hay signos nada menos que de la influenza A, la misma que en 1918 mató a millones por todo el mundo. Acto seguido se informa a la OMS. En breve se habla de una pandemia en potencia, que puede llegar a ser incluso más mortífera que la temible “Gripe Española”. En marzo se le entrega un completo informe de todo este asunto al presidente Ford y se le sugiere, para evitar la catástrofe, un plan masivo de vacunación. El CDC señala que, en vista del volumen de la amenaza, será necesario vacunar a alrededor de un 80% de la población del país.
Al llegar la primavera, todo el espectro político se ha alineado para sacar adelante el plan de inoculación. El gobierno se sienta a negociar con los principales laboratorios. Todo OK, la ciencia ofrece una solución viable, pero con algunas condiciones: seguridad en las ganancias y blindaje legal. En abril, la OMS, en conferencia de prensa, clama por la implementación de programas para hacerle frente a la nueva gripe en los “países pobres”. En agosto, un investigador de la FDA, organismo responsable de autorizar el uso de la nueva vacuna, es despedido por insubordinación al ventilar públicamente sus dudas respecto a la seguridad del fármaco.
A fines de septiembre, con las primeras miles de dosis, arranca formalmente la campaña de vacunación. A principios de octubre se reporta que tres personas mueren tras el pinchazo; algunos días después, la cifra oficial de muertos se eleva a 41. En diciembre los casos de enfermos con un extraño mal se multiplican por varios estados. Se trata del Síndrome de Guillain-Barré –GBS-, inflamación que afecta gravemente al sistema nervioso. Las víctimas de la nueva gripe son casi inexistentes, las de este raro mal varios cientos. La CDC admite que las personas que recibieron la nueva vacuna tienen un riesgo mucho mayor de contraer GBS. Se levantan las críticas. ¿Por qué se actuó tan rápido? Se habla de “fiasco”. Los investigadores de los organismos oficiales relativizan las cosas. Uno de ellos, un epidemiólogo de la OMS, con algo más de honestidad, reconoce: “si un nuevo virus se identifica o reaparece, no habrá que saltar a tomar el arma y asumir que se está produciendo una pandemia.”
A diferencia del fenómeno pandémico de 2020-21, hace 45 años atrás los grandes medios no tardaron en dar cuenta del claro fracaso de la reacción político-sanitaria puesta en marcha por el gobierno. En diciembre de 1976, el New York Times ponía la lápida a aquel amague de colapso epidémico mundial, tildando el asunto como un “fiasco.”