Vacunas COVID: expresión máxima del oscurantismo reinante

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Por Pablo Salinas

“Lo sentimos, pero la fabricación de una vacuna es algo que tarda, que tarda años, varios años, no quedará más que esperar”. Un criterio como este generaba un consenso cerrado hasta antes de ayer dentro de la comunidad científica. También fuera de ella. Era lo lógico, la norma, la voz de los expertos. Ahora, 2020, la fiebre (o gusano) del COVID-19 trastorna y acomoda a su antojo las piezas en el tablero. Lo que actualmente se vive es tan inédito como escandaloso, con un surtido de vacunas de varios tipos comenzando a ser aplicadas en la población.

Escandaloso al punto que el mismo Anthony Fauci, figura controvertida que desde hace tres décadas dirige las políticas epidemiológicas no solo de EEUU sino también, en cierta medida, de buena parte del resto del planeta, se arriesgaba a hablar en abril pasado de 12 a 18 meses como un plazo eventualmente probable para que una vacuna anti-COVID pudiera estar haciendo su estreno en los mercados (y centros de salud) internacionales. Fauci, entonces, obtuvo incluso en CNN una oleada de cuestionamientos. El mismo co-inventor de la vacuna del rotavirus, Paul Offit, no tuvo pelos en la lengua: “Cuando Fauci dice 12 a 18 meses, pienso que es ridículamente optimista. Y que creo que él mismo también lo piensa”, declaró. “El desarrollo de una vacuna se mide usualmente en años, no en meses”, afirmaba, por su parte, Amesh Adalja, investigador del Centro de Salud de la muy prestigiosa Johns Hopkins University.

Lo concreto es que ahora ya (al menos) 9 vacunas desarrolladas por distintos laboratorios se encuentran en FASE 3 -de un total de 4- y algunas, gracias a una autorización de emergencia de la FDA, empiezan a repartirse por el planeta, a poco más de un año de que la nueva partícula nanométrica, el SARS-Cov2, haya hecho su aparición en el corazón de China. Algo pasó en el camino. Todos los libros de biotecnología saltaron por los aires, todos los protocolos básicos de salud pública sufrieron una alteración mayúscula, todo lo aprendido en años de estudios y práctica profesional experimentó un lapsus de proporciones. Y todo por una enfermedad que, bajo el balance más escrupulosamente oficial, no supera en letalidad el 0,6%. Pero, de seguir al callo la línea que trazan los informes emitidos por la OMS -los cuales, en su conjunto han conformado el decálogo de gran parte de los gobiernos mundiales-, esta letalidad se reajusta severamente a la baja: el organismo internacional aseguró a mitad de año que, según sus cálculos, ya cerca del 10% de la población del planeta estaría infectada por el debutante virus, es decir, cerca de 780 millones de personas. Bajo ese criterio, el poder de fuego real de esta nueva gripe sería de apenas un 0.14%. ¿Y por eso tanto escándalo?

A los negocios no le preocupan los escándalos; por el contrario, les convienen, favorecen la generación de oportunidades suculentas. El gobierno de Chile, país con algo más de 18 millones de habitantes, ya cerró la compra de 36 millones de dosis de vacunas. De 4 laboratorios diferentes: Pfizer/BioNtech, Astrazena, Johnson’s & Johnson’s y Sinovac. En rigor, ninguna de las primeras 3 corresponden, en rigor, a vacunas. El principio de activar inmunidad a través de una reacción del organismo como respuesta a la inoculación del agente patógeno atenuado no corre acá. En el caso de Pfizer, primera vez en la historia, se apuesta a inyectar material genético (ARN mensajero) para que se cuele al interior de la célula humana y la “ayude” a generar defensas contra la amenaza nanométrica del 0,14% de letalidad. En el caso de las dos siguientes, la apuesta va por el lado de usar un virus -en rigor, un adenovirus- como especie de cápsula contenedora de una hebra de ADN modificada. Terapia génica, es la definición más exacta para referirse a esta tecnología.

Aparte de apostar por la intervención genética, la vacuna Pfizer es reconocida por sus propios fabricantes como un producto no aprobado formalmente y del cual su efectividad no superaría en ningún caso los dos meses.

Algunos días antes del arribo de las primeras miles de dosis de esta pócima de transgenia, un diputado chileno tuvo el atrevimiento de manifestar públicamente sus más que sensatas aprensiones –“no me vacunaré por ningún motivo”-. La reprimenda se dejó caer tan rápido y tan fuerte, que a las pocas horas tuvo que salir a corregir sus dichos. Pero las dudas del diputado, por cierto, estaban perfectamente fundadas en las evidencias científicas. De las 9 vacunas actualmente en FASE 3, 6 apuntan a la modificación genética, en una apuesta asombrosamente temeraria, la que, a juicio del genetista argentino Marcelo Martínez, podría traer “daños no previsibles que pueden llegar a ser transmitidos a la descendencia.”

Show mediático: la llegada de las “vacunas génicas” de Pfizer/BioNtech

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